Cuando Chente Fox fue presidente de México nunca estuvo bien de la cabeza. La Iglesia Católica le hizo un estudio psicológico y lo confirmó.
Por eso, pactó con la delincuencia organizada -ya lo dejó entrever su vocero Rubén Aguilar- y también por esto diariamente decía tantas tonterías.
Pero también, por esto mismo, dejó que sus hijastros abusaran del poder presidencial, y permitió que algunos funcionarios se despacharan con la cuchara grande y nada pasó.
Todo sigue igual porque son impunes ya que el poder los protege. Sin embargo, en el PRI se han tomado previsiones para evitar que un desquiciado vuelva a tomar el poder presidencial.
Por lo pronto, en Nuevo León y Jalisco todos los aspirantes a un cargo de elección popular, se someterán a una serie de estudios para comprobar que están cuerdos, que no tienen adicciones, que tienen todo para ser líderes y que no están vinculados a la delincuencia organizada.
Sin embargo, estos ejercicios de confianza y psicológicos se deben de aplicar a todos los priistas que busquen participar en alguna elección como candidatos, pero también se tienen que aplicar a los candidatos de los demás partidos políticos porque no es posible que volvamos a tener a otro trastornado en la presidencia de la República.
En fin, en Tamaulipas ya hemos tenido gobernantes desquiciados y adictos y aún recordamos que Emilio Martínez Manautou nos gobernó con una copa champán en la mano durante seis años.
De los otros gobernadores que le siguen hay muchas anécdotas que los identifican por sus arranques y actitudes pero ya habrá tiempo en otros espacios para comentarlas.
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